Sería muy razonable referirnos a los probióticos, más que como a un alimento o suplemento, como a un ser con nombre propio.
Paco, Martín, Susana… seguramente serían nombres más fáciles de recordar para los probióticos que los actuales como, por ejemplo Lactobacillus rhamnosus. Entremedias, un equipo de márketing los enfocan con un nombre comercial adecuado para una patología a la que se quieran dirigir.
Los probióticos han venido para quedarse y cada vez vamos sabiendo más sobre su papel en la salud humana. Pero tal como hemos dicho, la publicidad camufla la pintura amarilla como oro.
Hoy os quería comentar un caso que recientemente hemos visto en redes. Fue publicitado con influencers y del que no tenemos tantas pruebas de eficacia como cabría esperar. Pero antes, vayamos por partes.
¿Qué son los probióticos?
Lilly y Stillwell (1965) acuñaron la expresión “probióticos” para referirse a sustancias producidas por un protozoo que fomentaban el crecimiento de otro organismo ciliado. Actualmente este término se refiere ampliamente a una gran variedad de microorganismos y no sólo a sustancias.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) definieron los probióticos en 2001. Son “microorganismos vivos que, cuando se administran en cantidades adecuadas, confieren un beneficio para la salud del huésped” (FAO/OMS, 2001). Esta definición es ampliamente aceptada y adoptada por la Asociación Científica Internacional de Probióticos y Prebióticos (Hill et al., 2014).
En otras palabras más sencillas, los probióticos son microorganismos vivos que, cuando se consumen en cantidades adecuadas, podrían tener beneficios para nuestra salud. Esta definición también es respaldada por la Asociación Científica Internacional de Probióticos y Prebióticos.
Estos microorganismos pueden ser bacterias, levaduras, hongos… pero, ¿son todos los probióticos buenos para la salud y efectivos a nivel científico?
La presión de la esperanza
Los probióticos se han propuesto para tratar cuestiones de salud. Repoblación de bacterias “buenas” para nuestro intestino tras tratamiento antibiótico, como preventivos de la candidiasis, de infecciones de orina, como potenciadores del sistema inmunitario…
Hasta se han propuesto trasplantes de materia fecal rica en bacterias “buenas” de pacientes sanos a pacientes con ciertas enfermedades. Por ejemplo enfermedades inflamatorias digestivas o complicadas en sí mismas con el fin de mejorar estas condiciones de salud cuyo tratamiento es muy difícil.
Lo cierto es que cuando hablamos de “prevenir” o “tratar” ciertas patologías tenemos que consultar lo que dice la ciencia al respecto. Así vemos, efectivamente, si la dosis y la cepa del microorganismo concreto sirven para tales cuestiones.
Para poder confiar en ellos los estudios deben estar publicados en revistas científicas. También deben estar replicados en distintos laboratorios e ir en la misma línea de eficacia. La compilación del efecto global de estos estudios se recoge en revisiones sistemáticas y metaanálisis. Esto nos da una perspectiva a la hora de recomendar o no. Seguidamente formarán parte de guías clínicas de consenso nacional e internacional (o deberían).
La realidad es que muchas veces nos encontramos con que los estudios están elaborados en “laboratorios propios” supuestamente y sin publicar. Y se comercializan igualmente debido a que están sujetos a la legislación de complementos alimenticios. En ella no se les exigen pruebas de eficacia como a los medicamentos ni hay por qué testearlos en humanos con estudios bien diseñados. El fabricante declara de buena fe de que el producto contiene lo que contiene y sirve para lo que sirve. Así mismo que cuenta con pruebas a tal efecto (en el caso de declaraciones de salud que se hagan).
Otra táctica es coger estudios ya publicados y citarlos como que apoyan la acción del producto. Pero debemos recordar una serie de parámetros que definen la acción de un probiótico.
Parámetros que definen a los probióticos
Los probióticos tienen las siguientes particularidades:
- Su acción es específica de una cepa y una cantidad determinada de microorganismos (unidades formadoras de colonias o UFC, usualmente miles de millones). Se aplica a una enfermedad determinada y es muy variable de una condición a otra
- Deben presentarse en formulaciones que les permitan llegar vivos al lugar donde ejercen su acción (y resistir por ejemplo el ácido estomacal)
- Pueden interactuar con alimentos o medicamentos, afectando a su eficacia final para la condición dada.
- Pueden ir ligados a una población o grupo específicos: edad, sexo, raza…
Ejemplo práctico
Recientemente hemos podido ver la promoción de un producto con probióticos para prevenir la candidiasis vaginal por parte de una conocida influencer.
En este caso lo primero que nos llamó la atención fue que en la propia página web del vendedor los estudios que respaldaban a este producto eran propios. Tampoco estaban publicados y no se facilitaba el acceso a los mismos. La declaración de seguridad de la que presumen simplemente dice que es seguro tomarlos, pero no avala la eficacia.
En segundo lugar, las referencias científicas recogidas no eran la totalidad que aparecía supuestamente en el texto. Se mezclaban con otros tipos de publicaciones menos relevantes
También citaban a la asociación World Gastroenterology Organisation como apoyo a sus premisas. En este caso la asociación tiene unas premisas peculiares. Cuentan como evidencia la existencia de un sólo ensayo clínico aleatorizado, no ejecutan comparativas entre probióticos, no hay pruebas de sesgo, no referencian debidamente comentarios de otras asociaciones o de terceros y no aportan declaración de conflicto de intereses.
Los niveles de evidencia que manejaban los podéis ver en la siguiente tabla, sacada de su web.
La cepa comercial que usaba esta marca no era la que aparecía referenciada en los textos científicos aportados por la WG. De hecho la WG solo aportaba 3 estudios para el concepto de candidiasis
En los estudios se referencian la cepa Lactoabicllus rhamnosus GG, Lactobacillus reuteri DSM 17938 y reuteri ATCC PTA 5289 así como Lactobacillus rhamnosus HS111, Lactobacillus acidophilus HS101 y Bifidobacterium bifidum. La cepa comercial, en cambio, es la Lacticaseibacillus rhamnosus Lcr 35.
Así mismo, tampoco son las cepas que intervendrían en candidiasis vaginal.
Si nos fijamos en la dosis de los estudios, se referencian vagamente. 50g de queso probiótico, 1 cápsula al día… sin mención a cuántos microorganismos exactos van ahí mismo.
La legislación
Fijándome más a fondo en la web del comercializador también se hace mención a propiedades saludables. En concreto, “contribuye al mantenimiento de las mucosas en condiciones normales y al funcionamiento normal del sistema inmunitario”.
Observo que estas menciones van ligadas no solo a los probióticos sino también al contenido en vitamina A del producto. ¿Por qué? Porque esas atribuciones están aceptadas para la vitamina A pero no para los probióticos.
Así se desprende del Reglamento UE 432/2012. Pero es que además, en esta ordenanza lo único cercano a las propiedades saludables de los probióticos recaen en los fermentos del yogur. Pero solo permiten inferir que se digiere mejor la lactosa, no prevenir la candidiasis.
Conclusiones
Con todo esto no quiero frenar el progreso que vendrá. Probablemente los probióticos sean el futuro para muchas condiciones patológicas. Solo quería hacer ver que no debemos tener confianza ciega en lo que comercialmente se publicita.
Puede ser que los datos vengan sesgados, que la información no sea todo lo ajustada que debería ser o que, directamente, no haya pruebas de que el complemento sirva de algo.
Espero que os haya gustado, si queréis dejarme algún comentario o compartir este artículo desde Ideas Precocinadas os queremos agradecer por adelantado este feedback 🙂